27.6.05

EN UN PAIS CATOLICO DONDE LOS MUERTOS NO RESUCITAN

En la época de los hechos el autor de este trabajo todavía vivía en una pensión de Belgrano y el carnicero del barrio perdió a uno de sus hermanitos menores. Cuando después de los días de duelo el negocio volvió a abrir, le pregunté en el mano a mano cotidiano si era cierto lo que mucha gente decía de la represión policial que ya era vox populi a pesar de estar disfrutando de la dictadura militar de turno, gozar del primer recorte de cuatro ceros al viejo peso argentino y de todos los beneficios de las fronteras ideológicas:

-El ya está muerto –contestó con el mismo dejo con que un condenado puede ultimar detalles de la ceremonia con su verdugo–. ¿Que vos lo sepas va a servir, acaso, para devolverle la vida?

Ni la acidez del Cándido de Voltaire supera la maleabilidad adaptativa de los argentinos no ante todo trance, sino ante cualquier trance. El sofisma pretende enmascarar un planteo existencial mucho más profundo: en la vida, ¿de qué sirve saber? Sin embargo, entre nosotros, con algodones para no herir el siempre exacerbado orgullo nacional: en la Argentina, ¿de qué sirve saber como no sea para joderse más la vida?