27.6.05

NO SEAMOS REALISTAS

CONSOLEMONOS APENAS CON LO POSIBLE

En el mundo todavía se sentían los coletazos del Mayo 68 que había hecho temblar al mismísimo De Gaulle y que visto con la perspectiva que sólo da el tiempo transcurrido fue el último manotón de ahogado antes que la Sociedad de Consumo implantara, entre otros logros, el hermafroditismo ético y el bisexualismo ideológico, uno de los graffiti con que embadurnaron París se erigió en emblema y síntesis: “Sea realista; pida lo imposible”. También clamaron hasta la afonía consignas de otro tipo: “La imaginación al poder”, por ejemplo. Aquí, tan lejos de las confabulaciones apátridas que querían implantar de prepo el inmundo trapo rojo en reemplazo del pabellón celestiblanco, invicto, nunca atado al carro de ningún vencedor, más el aniquilamiento de toda la civilización occidental y cristiana, se estaba en otra cosa: la Revolución Argentina, que también tenía objetivos y no plazos, y que había puesto en funcionamiento los corporativistas Consejos de la Comunidad con vistas a barrer con la vieja institucionalidad, tenía un porvenir venturoso, acorde al otorgado a la Patria por el Todopoderoso.

Pero la cabeza de Borda, uno de los fundadores de FORJA junto a Arturo Jauretche y Homero Manzi, entre otros, y que había cumplido de sobra con la ya antigua advertencia de Alfredo L. Palacios (“los incendiarios de hoy serán los bomberos del mañana”), iba a rodar menos de un año después de la Puerta 12 a consecuencia del primer Cordobazo, la mayor revuelta popular registrada hasta ahora en el país, donde durante casi 48 horas no se tomó formalmente el poder por la falta de una conducción única o centralizada. Antes de irse con la cabeza gacha y la frente marchita, sometería a la conciencia, razón y sentido común a otra sarta de pavadas de mayor calibre que la teoría del bowling aplicada a lo sucedido en el atardecer del domingo 23 de junio de 1968, tratando de recubrir a palabrazos la contundencia y trascendencia de lo sucedido en La Docta, Corrientes y Rosario, y empezando a mostrar de una vez unas llagas que no dejarían de aumentar con los años: el abismo cada vez más insalvable entre las clases dominantes y la realidad. En la AFA, desde el bochorno del Mundial 66 en Londres jugando un papel rasputiniano, estaba otra vez Valentín Suárez, (a) El Zorro o El Hombre Esperado, ex secretario privado de Eva Perón, psicólogo laboral sin título habilitante, funcionario para hacer de batidore libero en el Ministerio de Trabajo cada vez que uno con galones se lo requiera, peronista siempre y cuando la ocasión se pinte calva, quien en poco tiempo había operado la transformación estructural más importante del fútbol argentino, metiendo por la ventana al interior con el envase de la federalización y cosa de terminar con la exacción económica necesaria para reflotar las economías ya exangües de los equipos capitalinos y bonaerenses, incorporado definitivamente la tevé los viernes y lunes en directo, cosa de tener, ya en ese entonces, cinco días de la semana con fútbol. Con varias Copas Libertadores y una Intercontinental ya en el buche, Fútbol Espectáculo SA entró a funcionar a pleno.
Mientras los dirigentes jugaban su partido aparte y futbolizaban lo sucedido, la Puerta 12 pegó muy hondo y remeció mucho más. Se iba a instalar en el imaginario colectivo mucho más allá de lo impresionante de la cifra y el sensacionalismo periodístico que se encargó de reemplazar la veracidad de los testimonios por los impactos sentimentales debajo del cinturón. Salvo un chiste tenebroso que echaron a correr antes de las 48 horas de lo sucedido los que ese mismo año se iban a recibir para siempre de gallinas y blanquear por primera vez a una barra brava (“¿Sabés cómo le dicen ahora a Boca? La mitad menos setenta”), la afición futbolera en general se replegó en un mutismo compungido, totalmente despojado de pasionismos bélicos tabloneros. La reacción fue tan espontánea como inmediata: desde el domingo siguiente, 30 de junio, en todas las canchas las hinchadas improvisaron alcancías con grandes cajas de cartón corrugado, envases de comestibles convertidas en improvisadas alcancías y hacer un colecta que paliara en algo el dolor de los deudos, en su gran mayoría provenientes del piso de la sociedad, cuando no de alguno de sus muchos sótanos y agujeros negros.

Los dirigentes, particularmente el energúmeno Alberto J. Armando, fueron llamados a silencio. La misa de acción de gracias en la Parroquia de los Inmigrantes, en la Boca, que fue coronada por una impresionante marcha de antorchas por toda la ribera izquierda del puerto originario de la Santa María del Buen Ayre, fue reemplazada por otra en la Catedral, también el domingo 30 al mediodía, celebrada nada menos que por el arzobispo Antonio Caggiano, uno de los más reaccionarios entre los muchos reaccionarios con que ha contado la iglesia local, en memoria de las víctimas y donde el altísimo prelado instó píamente a los dirigentes “a seguir firmemente en el propósito de ejercer una función educadora”.

No pensaban en otra cosa. Curiosamente subvertida la Teoría del Reflejo, merced a la implantación del modelo de la Sociedad de Mercado en un microcosmos como el fútbol, a despecho de los vaivenes, cimbronazos y tumbos de la macrorealidad, también con la Puerta 12 el fútbol va a demostrar que se ha convertido en vanguardia y modelo de lo social donde varios fenómenos sustanciales van a tener lugar antes, en vez de ser a la inversa, como ocurre y sigue ocurriendo en el resto del mundo. Dos años después, a fines de 1970, con motivo de consagrarse Boca Juniors campeón justo en el todavía clásico de los clásicos también en el Monumental, Alberto J. Armando se dio el lujo de demostrar que no anunciaba en vano: dio la vuelta olímpica consagratoria a la cabeza del plantel y a toda sonrisa cachacienta y burlona, en las barbas mismas de los odiados primos. River Plate lo declaró oficialmente persona non grata. El Puma sacó a relucir que las heridas estaban intactas y que no iban a cicatrizar nunca: “En un no lejano acontecimiento aciago que enlutó a más de setenta hogares boquenses, apretamos los labios y contuvimos las lágrimas, dando muestras de nuestra serenidad constructiva para aquietar la exaltación que peligrosamente podía desbordarse”, replicó en un comunicó que distribuyó prolijamente a todo tipo de prensa, ya sea nacional o internacional. “Con altura y efectividad afrontamos soluciones materiales y morales para ayudar a los familiares damnificados. No buscamos culpables ni nos extraviamos en fáciles acusaciones, ni perdimos la calma en ningún instante.” El escribano William Kent, que todavía no era el consuegro de Vicente L. Saadi ni el suegro de su vástago, Ramoncito, como también que le faltaban tres décadas para ser embajador del menemismo en Europa y terminar como su lustroso antecesor, Antonio Vespucio Liberti con el primer peronismo, terminó raleado por diferencias en la caja chica y quejándose plañideramente de la voracidad de un periodismo inclemente.

Veinte años después de la masacre, el matrimonio Palumbo, abogados patrocinantes de la casi totalidad de los deudos, jamás consultados por periodista alguno, le contó al autor de este trabajo las minucias del destino sufrido por las miles de alcancías repletas de chirolas, chanchitas y billetes arrugados que fueron a parar a un depósito del edificio de Viamonte al 1300 y donde la AFA, tras los pasos del escribano Kent, para entregar la alícuota reclamada exigía la previa firma de un escrito donde se declinaba de toda acción tanto contra la entidad rectora del fútbol argentino como en perjuicio de su prestigioso afiliado, River Plate. Los pacientes y lentos recursos presentados terminaron por fin en la Corte Suprema, la que recién en 1969, ordenó, bajo la amenaza de meter a todos los dirigentes en chirona, entregar todo el dinero retenido en forma tan indebida como inmoral. La medida le costó el puesto de interventor al peronista y racinguista Armando Ramos Ruiz, patrocinador de la implantación definitiva y a cara descubierta del modelo capitalista italiano en el fútbol, en reemplazo del copiado al español y Santiago Bernabeu que habían patrocinado Armando, Liberti y Valentín Suárez a partir del desastre de Suecia 58 y que seguía vigente. Año duro aquel de 1969, tres interventores, uno atrás del otro sin dar pie con bola. Tachar donde decía Club Atlético, poner directamente S.A. y dejarse de jorobar con las clásicas medias tintas. La noche anterior al vencimiento del fatídico plazo, los Palumbo y los titulares y empleados de un estudio de Talcahuano al 300, ligado directamente a la AFA, la pasaron contando religiosamente el cambio y haciendo 71 montoncitos iguales, aunque uno iba a ser pour la galerie ya que ni lo habían reclamado ni lo necesitaban, en un acto que ellos guardaban como uno de los más vergonzantes, amargos y tristes del que tuvieran memoria en su larga carrera como auxiliares de la administración de justicia. Si esto jamás se había dado a conocer, mucho menos si la familia retiró el que legal, justiciera y democráticamente le correspondía.