EL NACIMIENTO DE LA IMAGEN RESIDUAL MAS TEMIDA
La foto más siniestra que consta en autos, retirados los bretes (molinetes) y abiertas las puertas rebatibles para auxiliar los heridos, muestra un cubo humano de más o menos 1,40 mts. de alto, unos 8 de ancho y entre 12 y 14 de fondo. Así quedaron si no todos, la gran mayoría de las 71 víctimas fatales. Pero a esto se debe agregar los más o menos sólo medio centenar de heridos de toda consideración, en una superficie de 12 x 14 de fondo. Así quedaron si no sepultados, la gran mayoría de las 71 víctimas fatales. Pero a todo esto, agregarle que pura y exclusivamente hinchas de Boca. Ahora, si se toma en cuenta que casi el 90% de las víctimas fatales tenía entre 13 y 20 años, que el promedio general da 19 años y que hubo cuando mucho 60 heridos (no se toma en cuenta los lesionados, sin daños de casi ninguna consideración, que pudieron haber duplicado esa cifra), no hay que exacerbar mucho la imaginación para por lo menos tener un cuadro mínimo de lo sucedido. Fue la Ley de la Selva, el darwinismo en su más primitiva y pura expresión. Los que salvaron el pellejo lo hicieron pisoteando semejantes y abriéndose paso entre sus iguales, a piñas, patadas y empujones, sacando del medio a seres humanos como obstáculos indeseables, tumbando debiluchos, flacuchentos y, sobre todo, adolescentes y criaturas.
Otro dato a tener muy en cuenta es que allá arriba, en la boca de entrada a la altura de la segunda bandeja, en la Centenario, no hubo reflujo. Los que se mandaron, bajaron y quedaron o pudieron constatar que seguían vivos respirando el aire libre sobre la avenida Figueroa Alcorta. Es decir, si en un principio los gritos de dolor y desesperación de los que están muriendo, de los heridos, agregados a la desesperación de los pedidos de auxilio de los que no perdieron la conciencia y un mínimo de sangre fría, más los del destacamento de la barra que venía bajando y festejando como si nada, cumpliendo la misma función que el émbolo de la máquina de hacer chorizos con la carne picada que rellena la tripa que obtura el caño de salida, se puede suponer que en el algún momento el tranque puede haber tenido una envergadura que haya hecho rebotar a algunos, vuelto a subir y salir a la tribuna. Sin embargo, no hay nada que indique que sucedió algo semejante y sí muchos que una inmensa mayoría lo hizo por la Puerta 12, a expensas y por encima de sus compatriotas.
El único testimonio recogido entre los que se quedaron arriba, en la tribuna Centenario, los consabidos remolones que esperan que se produzca un mínimo de desconcentración para retirarse cansinamente y sin sofocones, dejó establecido que vieron clarito el momento en que el destacamento de la barra que había estado en constante cortocircuito entraba como una tromba en la boca de acceso, empujando y gritando, muy poquito antes que la gritería humana indicara que se había producido la hecatombe.
El amontonamiento de zapatos, zapatillas, encendedores, agendas, pañuelos de mano, relojes pulsera (todavía a cuerda) pisoteados, llaveros de todo tipo y multitud de otros objetos que conforman la más estricta intimidad y nimiedad de los seres humanos vivos, a un costado de la tétrica salida, formó una montaña algo mayor a la estatura humana promedio. La tevé era blanco y negro y carecía de los móviles actuales. No se grababan tapes sino que se filmaba con Boillex Paillard de 16 mm., un medio tan costoso como lento para la reproducción. Alineados casi sin excepción junto al stablisment y las buenas conciencias, la prensa gráfica desaparramó con generosidad los testimonios oficiales y fotos varias que probaban que los bretes (molinetes) no estaban puestos y las puertas rebatibles totalmente abiertas. Efectivamente así sucedió una vez pasado el pandemonium principal, donde se produjo el desastre, con una duración probable de uno diez minutos en total, y comenzaron las primeras tareas de auxilio. Sin embargo, las mismas fotos, de manera acusatoria muestran a los dichosos bretes (molinetes) apilados rigurosamente a un costado, ocupando un lugar que jamás ocupan.
Ya se hizo mención que había caído la noche cuando los cadáveres comenzaron a ser rigurosamente alineados, cara al cielo, tapados pudorosamente sobre todo con diarios del día, camperas, pulóveres, bolsas de arpillera y cuando elemento semejante, en la pista de atletismo del Monumental. Allá arriba, en la Centenario, de a ratos prendiendo algún fueguito con papeles, grupos de deudos, hinchas, simpatizantes, curiosos que nunca faltan, contemplaban el resultado brutalmente explícito de lo que lúdicamente simboliza el deporte, muy particularmente el fútbol. También que los estadios metropolitanos, tal como había sido explicitado, cumplen culturalmente la función de escenificar las proezas y la muerte.
Sin distinción de colores ni pelajes, la gente se remeció. El hecho trató de ser invisibilizado al máximo, sobre todo a ese depósito de trastos viejos y acceso prácticamente vedado que en la Argentina es el pasado y la historia. Cuando en la primavera de 1982, tras la patética rendición incondicional de Puerto Argentino, la retahíla de muertes vuelva a las canchas argentinas, los intentos maltrechos de listados, aparte de malas intenciones varias, directamente van a omitir a la Puerta 12 como si lo ocurrido hubiera sido a la salida de un simposio sobre sonetos etruscos y los más audaces poner un asterisco y, a pie de página, aclarar de frente march que no se los tomaba en cuenta, como si fueran muertos de otra categoría o siguieran milagrosamente vivos. Hasta que en vísperas del Mundial 78, en la segunda bandeja de espaldas al río, construida especialmente para la ocasión, reservada con exclusividad para la brava local, Los Borrachos del Tablón colgaron la gran bandera riverplatense con la tipografía pintada en gruesos caracteres negros:
GRACIAS, PUERTA 12
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